Difícilmente se podrán leer estas líneas con urgencia, con prisa o precipitación y vislumbrar su contenido. Si no estás en condiciones de prescindir de tal precipitación no merece la pena que continúes leyendo, no vas a entender nada del texto.
La fuerza del Amor, de donde todo se crea, está en el origen de todo. Guardada, oculta y siempre nutriendo, como sustancia primordial, es fuente de vida y es vía de acceso. Esencia misma de la creación, tiene en sí el saber de los misterios y es puerta que conduce a éstos.
El despliegue del espíritu en la manifestación, en la naturaleza yin/yang de los seres, se realiza a través de esta sustancia primera. Abrir los ojos a ella -abrir los ojos en el sentido más amplio de la expresión- permite entrar a la Realidad de las cosas, en el otro lado iniciático, en un sentido oculto y al tiempo omnipresente: abrir los ojos y mirar, con respeto, y ver. Ahí está la "magia", la magnificencia, ahí está el Ser, en este preciso instante. Esto es, la realización de la Cruz por la confluencia de sus dos brazos: el vertical, correspondiente al momento presente y el horizontal, correspondiente al lugar, cruzados en nuestro cuerpo físico en el centro del pecho, eje de los dos brazos de la cruz y punto de vivencia de amor y fraternidad. Ahí donde el amor no es sino expresión del reconocimiento y fluir de vida.
La fuerza del Amor empuja, con nosotros o a pesar de nosotros. Por una decisión de compromiso espiritual se asoma en nosotros o nos asomamos a esta realidad. Quien lleva en sí esta fuerza es invulnerable a la vorágine de cambios de hoy en la vida. Este amor no está ligado a la angustia de la incertidumbres basadas en la obtención de poder y beneficios ilícitos. Conlleva una total apertura donde todo es posible y nada es definitivo.
Solo mediante la retirada del ego se accede a este amor universal. Esto no quiere decir una renuncia a la propia identidad sino, muy al contrario, realizar el máximo potencial de la identidad: Realizar un yo no apegado al provecho egoísta y material o volcado hacia provechos narcisistas del ego, y sí habitado en toda la dimensión espiritual propia de la naturaleza del ser humano.
El desarrollo espiritual o la apertura de conciencia tienen valor y se realizan efectivamente cuando se aplican a la realidad. La práctica de la meditación es esencial para esta apertura de conciencia que fructifica puesta en acción, cuando se es consecuente y se lleva a la práctica. De otro modo retrocede y se pierde.
La puesta en práctica de la conciencia, estar al hilo de la fuerza del amor puede verse como una reunión de condiciones que parecieran difíciles de compaginar. De una parte exige un máximo de humildad y, al tiempo, decisión y compromiso; contemplación a la vez que acción. Trabajo interior y transformación: "obras son amores".
La fuerza del amor invita a participar del fluir del reconocimiento radical del otro, con respeto a la naturaleza de cada cual y cada cosa y de la unión de todo; la fusión sin confusión, el placer del estar y del encuentro. "Todo es de color", esta fuerza omnipresente habita cada ser vivo y todo lo que tiene vida.
El compromiso con la espiritualidad y la conciencia nos llevan a la fuerza del amor. La serenidad, la sabiduría, la minuciosidad, el discernimiento, la paciencia, el don de sí, la generosidad, la fraternidad, son actitudes que nos aproximan a esta fuerza. La nutren negativamente el rechazo a cuestionarse a sí mismo, la postergación y los retrasos, la maledicencia, los celos, la tristeza, la frialdad, la pereza.